Los neozelandeses logran tumbar el espionaje de las descargas

Todo estaba listo en Nueva Zelanda
para que la RIANZ, la SGAE de por allí, se pasase por
el arco de Sarkozy a los ciudadanos, aplicando la famosa ley
de los tres avisos a los que descargaran cosas que no fueran de su
agrado. Recordemos que esa ley, invento, como regalo de bodas, de
Sarkozy a Bruni, consiste en avisar dos veces a los
infractores y, a la tercera, desconectarlos de Internet. Aquí,
en España, se baraja la versión
pesetera de la misma.

Una operación de este tipo supone un
espionaje, por parte de la operadora, del trafico de sus clientes, y
ahí ha aparecido el primer escollo en Nueva Zelanda:
TelstarClear se va a bailarle el agua a la RIANZ, todo
motivo de las fuertes presiones ciudadanas, de la oposición de los
internautas, de la dudosa legalidad de todo el montaje, de los
errores que se pueden producir en los dichosos filtros de espionaje,
al apoyo
de Google y Yahoo y a que el acceso a Internet es un
derecho fundamental que no puede ser negado a nadie
.

El Gobierno neozelandés ha tenido que
dar marcha atrás y descartar este sistema de favorecer a las
multinacionales que se autodenominan defensoras de la cultura.

Sea como sea, los neozelandeses
han demostrado
que se puede y que, desde siempre, han sido gente lista, como lo
demuestran muchos hechos históricos, de los que mencionaremos uno,
de los primeros tiempos de la colonización del país, elegido al
azar entre el único que sabemos.

Aun cuando las costas ya las tenían
controladas, los ingleses se encontraban, ya entrado el siglo XX,
con enormes dificultades con las tribus maories del interior.
En contra de lo habitualmente difundido, estos aborígenes, para los
colonizadores en la edad de piedra, no eran nada salvajes, y tenían
una amplia cultura. La mala fama les venia solo por sus costumbres
guerreras, sus ritos caníbales y por estar socialmente asumido, como
en España, que robar a los extranjeros no es delito, sino
merito.

En este orden de cosas, en una tribu
perdida de las montañas, estaba destinado un comisario ingles,
encargado de mantener el orden en esa zona. Este, después de un par
de experiencias negativas, decidió recurrir a lo sobrenatural cuando
tenia que ausentarse. Como tenia un ojo de cristal, antes de irse se
lo sacaba, lo ponía encima de la mesa de su cabaña y avisaba a
todos de que, aunque se fuera, seguía vigilandolos.

El truco le funcionó la primera vez, A
la segunda, al volver, se encontró con el ojo tapado con una lata y
que le habían robado hasta las paredes.

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