«Ley Sinde»: ¿Sin descargas o sin soluciones?

Una Ley es una de de esas cosas que habitualmente tardan eones en ejercerse, pero que se aceleran de forma inesperada cuando un grupo de interesados se ponen de acuerdo.

Para el caso que nos incumbe, se ultiman los preparativos ya que, según el Ejecutivo, estará en funcionamiento «pronto». En concreto nos referimos  a la «Ley Sinde«, cuyo nombre en realidad no es tal, sino que es como venimos llamando a un apartado dentro de la «Ley de Economía Sostenible«, algo que tiene en vilo a media comunidad internauta y a la mayor parte de la industria de contenidos, personificada de algún modo en la SGAE.

En el otro bando, encontramos a una importante masa de navegantes, pero también, no lo olvidemos, a la industria de las telecomunicaciones, ampliamente beneficiada con las crecientes exigencias de los usuarios que solicitan más y mejores conexiones.
La medida se ofrecía entre un grupo de ellas
que pretendían cambiar el modelo económico de cara al futuro, asfaltar
el camino hacia la «sociedad del conocimiento«. Estaba escondida,
ligeramente enmascarada para que no se viera. Pero se vio. Vaya si lo
hizo, y causó un revuelo en la red como pocas veces se ha visto, salvo
si exceptuamos a John Cobra y a ese tipo de cosas que conviene callar
cuando se defiende Internet. Algunos ven en la Ley incluso la vía para
una posible censura ideológica, admitámoslo, poco probable en el
presente (quién sabe en el futuro).

¿Y por que tanto grito de guerra? Hasta donde se sabe (la teoría está
clara, la práctica es otra) la orden legislativa tiene intención de que
sea una «Comisión de la Propiedad Intelectual» la que pueda cerrar
páginas web
que considere que atentan contra la misma y tomar alguna que
otra medida.

¿Sin juez de por medio? Sí, sí que hay un juez, pero éste
se limita a decidir si la comisión es competente para tomar esa
decisión y aquí es donde entra el problema, porque pocos creen que ese
juez realmente vaya a decir muchas veces «no».

Sin embargo, debería
hacerlo si quiere cumplir con sus deberes, es decir, con la Ley, porque
hasta la saciedad hemos escuchado eso de que en España no existe delito
en este ámbito si no va acompañado del ánimo de lucro (cuando lo hay,
parece obvio el delito). Y aquí es cuando aparece la primera piedra; hay
muchas páginas en las que se comparten archivos protegidos por
copyright‘ pero en las que no existe el ánimo de lucro. En otras
muchas, si lo hay, es muy difícil de demostrar, lo que volvería a dejar
colgando al juez durante un largo periodo de tiempo hasta que apruebe la
acción de la citada comisión.

Dicho de otro modo los «infractores» ya juegan con ventaja incluso
aunque desde el Gobierno se haya cambiado al árbitro. Sin embargo, lo
que parecen no tener claro desde el Ministerio de Cultura, es que el
partido lo han perdido antes de empezar a jugar. Existen hoy día
numerosas maneras de conseguir el intercambio de cualquier tipo de
archivos sin ningún tipo de beneficio económico de por medio y la
tendencia es a más.

En plena época de la web 2.0 a ver quién se atreve a pedir que
se deje de compartir, de intercambiar, palabras que parecen formar parte
de una posible definición de lo que es la «red». Es ir contra la
lógica.

Lo curioso del tema en cuestión es que la cara visible de la industria
de contenidos, tampoco parece satisfecha. Teddy Bautista dejó claro que
se trata de un avance, pero que si no era suficiente «habrá que tomar
nuevas medidas». Victoria segura para quién apueste que lo hace y, como
él, otros tantos que se saben perdedores de antemano.

No se trata de
defender las conocidas críticas que se hacen desde reputados blogs y
numerosos foros a la «Ley Sinde», sino dejar constancia de que soluciona
más bien nada. El problema de la piratería (porque lo es) no terminará
hasta que se ofrezca a los usuarios algo por lo que merezca la pena
pagar ese precio que no existe en los programas de intercambio ya que,
como clientes, simplemente son otras opciones dentro de la oferta. La
Ley no gusta a ninguno de los frentes y sólo sirve como un parche
político que da tiempo y acalla ciertas críticas mientras unos temen y
otros esperan unos resultados que difícilmente llegarán.

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