Una cuestión de velocidad. Analizamos cómo han evolucionado la banda ancha y las conexiones en los últimos tiempos

Asombran de sobremanera los  8.5 Gbps de banda ancha que disfrutarán todos aquellos que vayan a la próxima Campus Party la semana que viene. Unos 3.400 afortunados tendrán la posibilidad de tener una de las conexiones más rápidas del mundo y descubrir Internet a velocidades propias de la ciencia ficción. Claro, que si nos hubieran hablado hace no muchos años de que la media de España superaría los 4 megas, que en las grandes urbes rozarían los 20 y que en otoño se prometen los 50 vía fibra óptica, muy pocos los hubiesen creído.

Los más optimistas quizá sí lo imaginaron. Probablemente, fantasearían con páginas que se cargaban antes de hacer click en el enlace de turno y con retardos (el famoso «ping») prácticamente inexistentes. Por aquel entonces, antes del que el efecto 2000 nos arrastrase al Apocalipsis, muchos navegábamos con los 56 kbps (los pioneros por aquí conocieron los 28 kilobits, una proeza) y, hasta que Jorge Blass no inventó eso del RDSI, navegar por la red era sinónimo de escuchar dinosaurios gritando al descolgar el teléfono. Cómo hemos crecido.
El salto tecnológico en cuanto a la velocidad de
las redes que hemos dado en poco más de una década ha sido una
barbaridad, desde luego; y mientras muchos debaten entre si es bastante o
insuficiente
lo que parece es que todos coinciden es que en el futuro será más, mucho
más. Se habla de futuro y pocas veces de presente. La web ya está
superada, lo que se lleva es lo 2.0 o 3.0 y, no contentos con eso, se
escuchan voces que anuncian la segunda década digital;
una revolución permanente donde nadie se atreve a decirte si es más
importante lo que tenemos a lo que tendremos.

¿Es realmente el futuro tan prometedor? A los tecnófilos les falta decir
que Internet quitará el hambre en el mundo y los africanos comerán
banda ancha
,
a los tecnófobos se les acaba el mundo
y la inmensa mayoría simplemente se deja llevar. ¿Les ha cambiado la
vida? Probablemente un poco sí. Tus amigos se enfadan por no admitirles
en Facebook y si no lo tienes, no te preocupes, lo tendrás casi por
necesidad.

Los grandes estrenos se hacen en You Tube y cada vez son más los
incomprendidos que afirman no ver la televisión. Los gurús anuncian un
mundo en el que casi todo estará en Internet y la computación en nube
nos dará de todo
a velocidades de infarto sin realmente poseer nada.
Lo importante es no detener el desarrollo y siempre ir hacia adelante
para ofrecer cada día un mayor número de posibilidades.

Un momento, pisemos el freno y coloquemos de nuevo el retrovisor. En
algún momento habrá que detenerse y reflexionar sobre si la velocidad
aporta algo más aparte de velocidad. En plena cuesta abajo y sin frenos,
aquellos que vuelven la mirada a lo más simple son los que consiguen
el éxito y Twitter es un buen ejemplo. Por encima del «hambre de
conexiones
»
lo que tenemos es «hambre de servicios».

Hay muchos, se crean cada día,
pero lo que hace grande a Internet es permitirnos hacer las cosas
mejor, que sea ante todo práctico. Quién sabe cuándo las conexiones
serán tan rápidas que las diferencias serán inapreciables, lo que sí se
sabe es que la Wikipedia es uno de los valores básicos y no, no hace
streaming en alta definición. Por supuesto, hay servicios que sí que
necesitan enormes cantidades de datos y muchos proyectos imposibles por
no disponer de infraestructuras, pero no debe limitarse el desarrollo a
potenciar la carrera tecnológica. Hace falta un esfuerzo creativo para
no poner los límites de Internet en el velocímetro, sino en nosotros
mismos; en el conductor.

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